
La cédula hipotecaria es un instrumento de renta fija emitido por entidades financieras, respaldado por los préstamos hipotecarios que figuran en el balance del emisor. A diferencia de otros productos de inversión, como los bonos de titulización, las cédulas hipotecarias no implican la cesión de los activos hipotecarios, sino que permanecen en propiedad del banco emisor, sirviendo como garantía de los pagos a los tenedores.
Las emisiones de cédulas hipotecarias están reguladas y se consideran productos de bajo riesgo, ya que cuentan con la doble garantía: por un lado, el conjunto de préstamos hipotecarios y, por otro, la solvencia general del banco.
Las cédulas hipotecarias suelen utilizarse como vehículo de inversión conservadora, y son comunes entre empresas con excedentes de tesorería que buscan rentabilidad a medio y largo plazo sin asumir grandes riesgos.
Por ejemplo, una empresa del sector energético, como Acciona, podría utilizar parte de su excedente de liquidez, obtenida de sus beneficios, para invertir en cédulas hipotecarias emitidas por bancos españoles como CaixaBank o Banco Sabadell. Esta inversión permitiría a la empresa obtener una rentabilidad fija y estable, a la vez que conserva un alto grado de seguridad y liquidez, útil para financiar futuras inversiones o cubrir necesidades de liquidez planificadas.
En su contra, las cédulas hipotecarias fueron durante años uno de los instrumentos financieros más populares entre las cajas de ahorros españolas, sobre todo entre finales de los años 90 y la década de los 2000, pero su uso masivo y la gestión imprudente del riesgo hipotecario contribuyeron a agravar la crisis financiera e inmobiliaria de 2008-2012 en España, generando una importante controversia.
Las cajas españolas, muchas de ellas gestionadas con criterios políticos más que técnicos, emitieron grandes volúmenes de cédulas hipotecarias respaldadas por sus carteras de préstamos hipotecarios. Con ellas conseguían financiarse a bajo coste en los mercados de capitales internacionales, mientras alimentaban la burbuja inmobiliaria con nuevas hipotecas.
El problema llegó cuando el mercado inmobiliario se desplomó, las cédulas hipotecarias cayeron drásticamente de valor y era difícil venderlas porque la oferta y la demanda estaban descompensadas, sacando a la luz que, si la gestión del emisor es imprudente, son un producto con mayor riesgo de lo esperado, de crédito y liquidez.